viernes, 5 de junio de 2009

Sábado 30/5: The International, He's just not that into you, Synechdoche New York


Introduccion
Clive Owen es Salinger. Naomi Watts es Whitman. Y la película es un thriller político. Así nos presento B. el filme que había elegido para nosotros aquel primer sábado. Los indicios eran negativos, la presencia de dos de los autores estadounidenses mas importantes para la generación en una película de un genero recontrautilizado en lo que va de siglo, en general con pésimos resultados (que recuerde, solo puedo rescatar El Jardinero Fiel de las ultimas exponentes del genero). Además del gesto algo snob de referenciar lo literario, aparecía en el horizonte la posibilidad de esa crítica políticamente correcta que destilan estas obras en general, que bajo la lupa no solo no resisten el menor análisis sino que mientras se caen a pedazos se revelan hipócritas.

Pero con unos minutos de película los nubarrones ya se habían despejado. Estábamos ante un filme puro genero, puro clasicismo. Pura adrenalina, todo goce.

Persecución eterna
Salinger y Whitman, entonces, son dos agentes de Interpol o algo así, tratando de agarrar a los malos. Primera novedad del filme: los malos son un grupo de banqueros de esta parte del mundo, no son rusos, no son árabes, no son chinos, y son banqueros, que tienen las manos metidas en el trafico de armas y que pretenden generar un par de guerras para después financiarlas. O algo así. La crítica ha hecho énfasis en este aspecto, en el panfleto político de la película, sobre todo porque su fuerte denuncia sobre los funcionamientos sanguinarios del sistema se realiza en una película de industria, de género, de alto presupuesto, y no en esas películas grabadas entre amigos y proyectadas en sótanos. 
Pero allí no reside la fuerza extraordinaria de “Agente internacional”. Las explicaciones sobre los motivos y los procedimientos de los codiciosos empresarios son breves, claras, apenas ocupan nuestro tiempo y atención. Tanto, que por momentos los discursos se polarizan y todo se vuelve una batalla clásica entre buenos y malo. Allí reside la intención y el gran acierto del director: por un lado no nos cansa con bajadas de línea, y por otro, sin dejar de realizar su radical e interesante denuncia política contra el mal de estos tiempos, no se olvida de que esto se trata de una película, y da lugar al juego del perseguidor perseguido. Para lo cual era necesario enfrentar dos posturas radicales y no relativizarlas (por otro lado, probablemente el director no haya querido matizar lo que denuncia como un mal sin grises, un sistema responsable de guerras y pobrezas y totalmente mecanizado, aceitado de tal manera que su destrucción parece imposible) . Los malos, sin ser malvados, simplemente defienden los intereses equivocados, y lo hacen sin escrúpulos. Los buenos, parece decir la película, no podrán nunca destruir el mal sin convertirse en seres sin escrúpulos, sin sacrificar valores y sacrificarse ellos en pos de su gran objetivo, la ballena blanca que persiguen hasta los confines de la tierra: la Justicia, un poco de maldita Justicia. La ballena blanca que los obsesiona, imposible de destruir, de cambiar, que los arrastrará hasta su fin.

Magnetismo
Al menos así le sucede a Salinger. Clive Owen hace tiempo esta obsesionado con su presa, no come ni duerme ni se acuesta con señoritas hace tiempo ya cuando comienza la película, que por suerte no se detiene en primeros planos que lo muestren sufriente, sino que lo hace sufrir mas y mas. Y ese Clive, el que jadeante y sangrante sigue adelante, es el que nos gusta, el que aprieta furioso los dientes y dispara. Ese Clive Owen es impagable, destila bronca, atraviesa la pantalla. Un tipo rudo y melancólico, de pocas palabras, chapado a la antigua: un héroe clásico, de las viejas películas de sobretodos y lluvia, aunque ya no imperturbable, sino desesperado en su eterna y futil cacería contra una maquinaria autosubsistente y, como explican los créditos del final, imposible de derribar. 
Al gigantesco Clive lo acompaña Naomi Watts, su secuaz mas moderada, convencida en luchar hasta el final de manera noble y legal, de no ser como ellos, de no perder los escrúpulos. Naomi parece encarrilar el torbellino que es Owen, parece calmarlo y controlarlo (sin la ayuda narrativa del golpe bajo de la historia de amor, ausente casi del filme salvo por algunos segundos donde de los roces entre ambos saltan chispas; la tensión entre ambos es subterránea, sutil pero fuerte, y no se explica simplemente por las ganas que se tengan los dos). Sin embargo, los huracanes no pueden controlarse, y el equilibrio que Whitman le da a Salinger se rompe cuando algo se rompe en Salinger, cuando cansado de chocar contra la pared abandona el camino seguro pautado por Naomi, en una escena maestra en la sutileza de lo emotivo y en su brevedad cargada de electricidad. 
Owen y Watts son dos actores fotogénicos. Pero su gran fotogenia (que como demuestra la película que vimos a continuación, llena de fotogénicos cuarentones queriendo aparentar menos y actuando muy muy mal, en parte por el botox que Naomi, por suerte, no ostenta) la refuerzan mediante una clase magistral de cómo no sobrecargar de gestos una escena, o mejor dicho, como cargar de electricidad el ambiente sin hacer muecas y caer en la exageración. Esto, en una película que da una clase magistral sobre como no sobrecargar de discursos y subrayados al cine, liberando a la película de estos lastres y dando paso a los tiroteos (impagable escena en el museo), las persecuciones y los giros dan la vuelta al mundo en apenas dos horas.



Bueno, A. suele elegir estos bodrios romanticones bien formulaicos. Pero a veces resultan películas amables, más que amables, a veces uno termina arrodillándose ante el arrollador poder y eficacia de esos filmes escritos para pegar justo en nuestra sensibilidad. A veces uno termina gozoso ante una experiencia cinemática que por más que sea poco arriesgada, quizás hasta menor, no deja de ser maravillosa.

Este no es el caso. A nadie le gusto esta película que a pesar de su pesado cartel repleto de estrellas paso sin pena ni gloria por las salas de cine, y solo debido al peso de su cartel no fue directo a DVD y al olvido. Este mamotreto industrial ofrece un conjunto de historias amables de mujeres mas bien típico (la perdedora empedernida, la abandonada, la que quiere casarse, la que no sabe lo que quiere) que se complican. Los enredos, sin embargo, son más bien faltos de imaginación, y sobre todo de potencia, de esas pequeñas epifanías que descubren a través de la comedia las soledades y las felicidades mas sinceras del hombre. La falta casi total de vitalidad y originalidad, los lugares comunes y algunos golpes bajos, se complementan con una bajada de línea absoluta que se pretende feminista: las mujeres tienen que dejar de estar pendientes de los hombres. Curiosamente, algunas supuestas osadías que se permite la película a partir de este discurso (por ejemplo, cuestionar el matrimonio), son borradas de un plumazo en el final totalmente forzado por la necesidad industrial de esperanzar y hacer feliz al espectador: la engañada se reinventa, y claro, la perdedora, el modelo de todo lo que estaba mal con las mujeres, resulta que en realidad, gracias a su cabeza dura, era un canto a la esperanza que tenían que tener las mujeres, que nunca tenían que dejar de creer en el príncipe azul. Pero claro, en vez de conformarse con ese canto a la felicidad y a la esperanza, que aunque contradictorio era genuinamente feliz, la película no se conforma y va por un ultimo golpe bajo, al hacer que Ben Affleck, el novio perfecto que no quería casarse por principios, ceda ante el capricho de la novia que quería casarse, y de así un cierre absolutamente feliz y banal, totalmente vacío de la critica que había esbozado tímidamente. El “mensaje final” es que todas las mujeres consiguen encontrarse, ser felices sin los hombres, pero, que paradoja, todas terminan felices con sus hombres. ¿A alguien le extraña que este bodrio venga de un libro de autoayuda?

De las caras bonitas que pueblan la pantalla mejor no hablar demasiado: tenemos dos actrices ya cuarentonas haciendo de pibas, una con un botox que la arruina y la hace mas vieja que cierta arruguita, la otra, que supo ser la mujer mas hermosa de Hollywood, anoréxica, horrible, dos ejemplares de lo que retrata sin quererlo la película, cierta desesperada superficialidad disfrazada de feminismo, de independencia. Después esta Scarlett, que es demasiado exceso, demasiado todo (la preferimos tímida del Ander y no puta del cine comercial), ya cansa un poco. Y los chicos, bueno Ben Affleck es perfecto y todo, pero su look desalineado no se lo cree nadie, esta demasiado peinadito. 
Lo mejor viene con los desconocidos, sobre todo Justin Long, “el distante” y la Goodwin, “la perdedora”, que terminan dándole a esta fea película algo simpático con su natural gracia y sus enredos arquetípicos pero tiernos y mucho menos exagerados que las profundidades de la Conelly.

Todos coincidimos, creo, en afirmar que mucho peor que una película “formulaica” mediocre es una película que se pretende vanguardista y original pero es en realidad autoindulgente, egocéntrica. Synecdoche New York olvida que hay espectadores y nos aburre haciendo una película con su propia incapacidad de de hacer cine, temática del cuadro adentro del cuadro que se repite en el filme. Es una película de un artista bloqueado por la imposibilidad, digamos, metafísica de trascenderse y hacer algo real, que en su obra intenta a través de un artista hacer algo real a través de un personaje de un artista que pretende hacer algo real… etcétera. La imposibilidad hecha película, una película de una autocompasión que para colmo se sabe autocompasiva y aun así no desiste en su actitud de seguir mostrando la incapacidad de dejar de ser autocompasivos. El mismo tema había sido tratado, con iluminadora comicidad, y por ello de modo mucho más digno, más claro y conciso en Adaptation. Pero aquí el simbolismo inunda un filme que no sabe como decir lo que quiere decir, es ensimismada hasta el autismo y lo que mas irrita es que se sabe ensimismada, y aun así no depone su actitud, se sabe estéril pero no depone su actitud estéril, y nos hace participes de esa búsqueda fútil y confusa que es la vida, esa búsqueda por dejar de estar solo y no poder hacerlo. No abandona esta actitud al punto de que su personaje intenta llegar a lo real imitándolo, construyendo una ciudad entera en el escenario y finalmente un escenario dentro del escenario (hasta el infinito), y esto es lo mismo que hace el propio director, que en un momento de lucidez hace que la contraparte del antihéroe (Hoffman, que no tiene la culpa), su esposa, haya logrado el éxito creando arte minúsculo, mínimo, pero mucho mas representativo que el suyo. Estos aciertos están escondidos tras simbolismos oscuros e imágenes típicamente kauffmanianas, lo que constituye un claro ejemplo del agotamiento del escritor, que se repite hasta la nausea y exacerba sus propios recursos hasta que se tornan insignificantes, encerrado en su propia obsesión hasta la incoherencia. Una vez mas, lo que mas irrita es la autoconciencia posmoderna de Kauffman, que sabe esto y elige representarlo, como lavándose las manos de lo autoindulgencia casi megalómana en la que cae con esta película, como diciendo que esto que hace, sabe que lo esta haciendo pero no queda otra. Cuando en Adaptation el protagonista (Charlie Kauffman, que curioso) afirmaba que no quedaba otra, lo cagaban bien a pedos. Y aunque la salida implicaba cierto pacto con lo industrial, aquel pacto lo hacia en aquella inolvidable película de modo algo irónico pero no del todo, y en esa ambigüedad residía el gran acierto. Básicamente aquello era una comedia sobre lo estéril de la humanidad, y el plano general de la comedia era claro, entretenido; aquí, de esa futilidad se hace tragedia, y el primer plano típico de la tragedia no da la perspectiva necesaria para no ahogarse en la confusión y los lamentos. Ah, aquella era una película humilde, que reconocía a regañadientes la grandeza del cine clásico; esta, una película egoísta. Que se sabe egoísta, y ese saberlo y seguir, repito, es lo que mas irrita de una película que aburre y que es, al final, impotente, a sabidas impotente. Una película que entre símbolos y lamentos pierde su pretendida fuerza trágica y que uno quiere por favor que termine.

No hay comentarios:

Publicar un comentario